Los chicos malos tienen su gracia

El futbol no es un concurso de simpatías, pero suele suceder que los antipáticos pagan doble factura en el momento de las desgracias normales que están implícitas, como riesgo inherente, a cualquier deporte.Los provocadores, engreídos, los 'saca pecho', pueden desafiar al mundo futbolero mientras otean desde la cumbre, pero cuando caen de la nueve casi nunca aterrizan sobre un lecho de rosas, ni en cama de agua. Los clavos lacerantes de sus detractores están impregnados de esa ponzoñosa hiel que implica la venganza.Mourinho es el abanderado moderno de este tipo de personajes. Amparado en sus éxitos innegables, se auto adhirió una etiqueta en la espalda que lleva con sorna a todas partes: 'Odienme'.Eso lo convierte en un hombre show, en una figura por encima de los demás, en un imán de la prensa, amado por los periodistas, pero detestado por la mayoría de quienes lo rodean y mucho más por sus adversarios.Una peligrosa apuesta aún para un figurón como el técnico portugués. Cuando la victoria no le sonríe, como en su paso por el Madrid, cada derrota, cualquier error, es carroña en el manjar que se dan sus oponentes y críticos. No hay términos medios cuando de juzgar se trata a los odiados del futbol. Es el precio a pagar por declararle la guerra a la simpatía.Aunque desatan pasiones, esos tipos son un diamante para el futbol. Primero, porque le añaden un ingrediente polémico que adereza un juego alimentado por la disputa en la cancha y de la verborrea en las gradas, conferencias, cantinas y casas.Segundo, porque estos sujetos suelen tener espíritus ganadores y, equivocados o no, ponen el corazón y la sinrazón en defensa de sí mismos y de sus causas.En el balompié local le acaba de pasar a Jonathan...

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