Menos pobres, mas resistentes, pero falta mucho camino Por Andar. Los ultimos 20 anos de America Latina.

AutorRodr
CargoDesarrollo global
Páginas209(29)

I. LA VISIÓN OPTIMISTA DE LOS NOVENTA

La década perdida de los ochenta en el siglo XX fue un período de gran frustración para los latinoamericanos.

La crisis de la deuda externa de finales de los setenta no solo provocó retroceso y miseria, sino que también hundió la visión del desarrollo centrada en la industrialización por sustitución de importaciones (ISI), y el intervencionismo que entonces prevalecían. Esa visión pretendía asegurar el progreso con base en una política económica y social de regulación estatal y protección de los mercados internos.

La Gran Depresión de 1929 en respuesta al desempleo y la caída de la producción, había tenido como una de sus consecuencias que las naciones más industrializadas adoptasen políticas proteccionistas y disminuyeran los flujos de comercio internacional. Posteriormente, la II Guerra Mundial dificultó grandemente el transporte marítimo, lo que reforzó la ausencia de manufacturas importadas en los mercados de América Latina. En estas circunstancias las naciones más grandes en esta parte del mundo, encontraron oportunidades para producir internamente los bienes de consumo industrial que anteriormente, en razón de sus costos de producción, no podían competir con los importados. Esto fue creando un nuevo sector de capitalistas industriales y otro de obreros urbanos de las fábricas, que -en la posguerra- constituyeron poderosos grupos de presión proteccionistas en una América Latina que se urbanizaba aceleradamente, mientras en el mundo se daba un nuevo impulso a la apertura económica y al crecimiento de las corrientes comerciales internacionales. Así al tiempo que en Europa se eliminaban las barreras comerciales internas y se creaba el Mercado Común Europeo, y a la vez que con el liderazgo de las naciones industrializadas se creaba el GATT que con su cláusula de nación más favorecida abatía las barreras comerciales entre sus miembros, en América Latina se fortalecía el proteccionismo, se elevaban las barreras comerciales arancelarias y no arancelarias, se propagaban tipos de cambios múltiples y regulaciones de precios, y se restringían los mercados financieros internos y las relaciones financieras internacionales.

A los países de esta región lo que les interesaba del GATT era su cláusula de trato preferente y diferenciado para los países en desarrollo y no la apertura recíproca de mercados.

La conceptualización de Raúl Prebich, Hans Singer y CEPAL (1) basada en su análisis de la evolución de los términos de intercambio entre el centro y la periferia de la actividad económica, dieron soporte intelectual y académico a los intereses de esos nuevos grupos de interés, y en nuestra parte del mundo se impuso una visión de nacionalismo proteccionista. Esta visión llevó incluso a los pequeños países de América Central, con mercados propios insuficientes para poder sustentar razonablemente ni siquiera con muy alta protección la industrialización local, a crear un espacio de comercio regional, el Mercado Común Centroamericano. No fueron estos caminos para la apertura o bloques de construcción como los llamaría Bhagwati, sino más bien bloques de obstrucción al libre comercio como los designaría ese mismo economista. (2)

Las oportunidades para la producción industrial dirigida a los mercados internos que propició la vigencia del Modelo de Sustitución de Importaciones generaron un inicial y fuerte impulso de crecimiento que daba justificación a ese modelo. Prevalecía también la creencia muy generalizada incluso hoy en día, de que no podríamos crecer gracias a las exportaciones, ya que, de alguna manera, no podríamos producir competitivamente nada distinto de nuestras exportaciones de bienes agropecuarios, materias primas y recursos naturales; y esos bienes solo los podíamos producir con tecnologías muy elementales Estos bienes, se argumentaba además, tenían un potencial de crecimiento muy pequeño en los mercados internacionales y la única forma de que pudiéramos crecer era por medio de la industrialización. No obstante, ésta solo se podría dar, según los proponentes del modelo, a través de la protección.

Claro que esta política activista e interventora para propiciar el desarrollo era también soportada por la visión del crecimiento económico que predominaba en las universidades de los países industrializados (3) y en las agencias internacionales de desarrollo (4), en las cuales el keynesianismo influía en sus expertos para convencerlos de la conveniencia de una actuación muy intensa de los gobiernos mediante una detallada planificación económica y una selectiva política de industrialización.

La acumulación de capital era el camino para el desarrollo. Y según las más modernas teorías que imperaban en la época para ello se necesitaba una fuerte acción estatal planeando y ejecutando el desarrollo, fijando precios e intereses, dirigiendo el crédito, escogiendo ganadores y perdedores, privilegiando inversiones específicas, atrayendo --en el caso de Centroamérica con sus reducidas economías nacionales- empresas extranjeras que, para brincarse la barrera aduanera, viniesen a producir localmente y a generar rentas con ese acceso preferencial a los mercados locales.

Los déficits fiscales y de balanza de pagos no eran vistos como problema: se resolverían con fondos externos prestados a los gobiernos. Tampoco se consideraba problema la excesiva emisión monetaria, pues la inflación se presentaba como un recurso necesario para estimular la inversión y el crecimiento. Incluso, a principios de la década de los setenta, el Presidente don José Figueres escribiría LA POBREZA DE LAS NACIONES (5), promoviendo la creación artificial de crédito con emisión monetaria como la base para financiar el crecimiento.

La crisis de pagos internacionales de principios de los ochenta en América Latina significó inmenso dolor para muchísimas familias, y como señalé, originó también la pérdida del paradigma de sustitución de importaciones por lo que fue un duro golpe a los esquemas mentales y a la confianza en sus políticas de desarrollo, de industriales, sindicalistas, políticos, académicos y burócratas.

Es fácil recordar con tres pinceladas la gravedad de esa crisis, y su duro impacto en las condiciones de vida de los habitantes de América Latina: el ingreso per cápita bajó de 1980 a 1990 en más de un 8%; la pobreza ascendió de un 40,5 a un 48,3% y de afectar a 136 millones pasó a ser la vivencia de 200 millones de personas; y el desempleo llegó a un 13% en 1985 y en 1990 todavía era más de un punto mayor que en 1980 (6).

Este ensayo presenta una visión general sobre América Latina y el Caribe. Pero no puedo dejar de recordar al lector que en nuestra área del mundo se da una enorme diversidad entre los países que la integran. Brasil tiene una población que es 3.826 veces mayor a la de San Cristóbal y Neves, y 57 (7) veces mayor a la de Panamá, si se quiere hacer la comparación entre países continentales de América Latina. El territorio de Brasil es 28.490 veces el de Granada y 407 (8) veces el de El Salvador. El PIB per cápita de Bahamas es 36 veces el de Haití, y el de Chile es más de 9 veces mayor al de Nicaragua. (9) La pobreza como proporción de familias pobres en Nicaragua es casi cinco veces mayor a la de Chile. (10) En el ranking del Índice de Desarrollo Humano 2007-2008 Bahamas con 0,892 estuvo en la posición 31 entre 177 países, Argentina con 0,869 en la posición 38, y por otra parte Haití con 0,529 en el puesto 146 y Guatemala con 0,689 en el lugar 118. (11)

Como es evidente de las anteriores comparaciones se dan circunstancias, condiciones y grados de desarrollo muy diversos entre las naciones de América latina y el Caribe, y se debe tener siempre presente que la visión global oculta importantes diferencias entre los diversos países.

Pero en general en todas las naciones de América Latina y el Caribe el quiebre del esquema mental de desarrollo también fue profundo. El empobrecimiento de inicios de los ochenta hablaba más fuerte que cualquier argumento. La crisis de la deuda externa latinoamericana había señalado las dificultades inherentes al proteccionismo industrial, que con enormes costos pagaba el precio de haber mantenido esas políticas.

Y ya otros hechos habían venido debilitando la confianza en la pauta de desarrollo ISI.

La década de los setenta, con la cohabitación de inflación y desempleo, no solo había terminado con la curva de Phillips, sino que también puso a nadar contra corriente las teorías keynesianas en los países industrializados. La acumulación sin crecimiento en las economías socialistas de planificación centralizada había asestado un golpe serio a la fe en la capacidad empresarial de los gobiernos. El crecimiento de los tigres asiáticos había demostrado las virtudes de una cierta apertura económica, el equilibrio fiscal y la ortodoxia monetaria. La planificación estatal, incluso al estilo democrático de la India, no señalaba otro resultado que un lentísimo crecimiento, de los más bajos en el mundo fuera de África Sub Sahariana.

Por eso no es de extrañar que en la década de 1980 emergiera y predominara una nueva manera de enfocar la política económica e incluso la organización del gobierno.

A finales de los años ochenta, llegó a prevalecer una visión que buscaba la apertura y un mayor funcionamiento del mercado (12).

Esta visión surgió tanto por los cambios que después del fracaso de las políticas keynesianas con sus resultados de inflación y recesión en la década de 1970 se dieron en los países industrializados, como por las experiencias que se habían vivido y que se desarrollaron en Latinoamérica por una parte, y en las economías del sudeste de Asia por otra. Esa visión, además, se originó tanto del debate académico y técnico en las universidades, centros de análisis económico y agencias de desarrollo como de las experiencias concretas de la aplicación de políticas económicas en diversos países.

Los intentos de ajuste no ortodoxo que se buscaron durante los ochenta en...

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