Ahí vamos, las maquinitas

¡Cómo nos gusta, ver a la gente canibalizarse! El 'síndrome de la pelea de gallos': la faceta más sórdida y primaria del deporte. Venden bien, los pleitos, tal parece. El mordisco de Suárez, la batahola Pinto-Federación, y ahora, el cabezazo de Brandao, que se abalanza contra Motta con presteza de depredador, le quiebra la nariz, y sale zigzagueando entre los túneles, como un chiquillo cobarde en un patio de escuela.¿Grotesco, ridículo, esperpéntico? Todo eso, sí, pero en primer lugar, profundamente triste. El deporte ha capitalizado con el atizamiento de los binomios del odio: Alí-Frazier, Menotti-Bilardo, Pelé-Maradona, Borg-McEnroe, Karpov-Kasparov, Messi-Ronaldo, Ramírez-González? Siempre tenemos una rivalidad 'de moda', el 'sabor del mes', la inquina rentable, la fricción que sazona el deporte, esa disonancia sin la cual la competencia -creemos- resulta sosa, insípida.¿Qué revela nuestra adicción a las duplas del aborrecimiento, a los duelos del far west?¿Qué oscura dimensión de nuestra psique expone tal necesidad de querella, patadas, dentelladas y cabezazos?¿Qué dice de nosotros, esta especie de toxicomanía, en la cual nos definimos -tales adscripciones operan como un principio de identidad- por nuestra filiación a una figura, y nuestra correlativa antipatía por otra?Hemos llegado al punto en que, dentro de nuestras calidades civiles, deberíamos consignar si somos...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR