Álvaro Cedeño: La gradería

Se nos acostumbra de niños a valorar elogios o reprimendas de un cierto grupo de personas que nos rodean.

De ellos recibimos, así, señales de alerta sobre lo que hay que corregir, lo cual generalmente interpretamos como lo que pone en riesgo el afecto que nos tienen. Y también señales sobre las facetas que valoran en nosotros, con lo cual nos van contaminando el camino que hubiéramos seguido, a partir de nuestros talentos, si no nos dieran todas estas señales.

Desde entonces, ese público, se hace más numeroso. La gradería se va haciendo más grande, hasta que, en el peor momento de nuestra inmadurez, llega a albergar un llenazo.

El proceso de madurez consiste, entre otras cosas, en ir cerrando tramos de esa gradería, con lo cual vamos rescatando autonomía; esto lo que significa es que vamos siendo lo que creemos que hemos de ser, en vez de lo que a los espectadores les gustaría que fuéramos.

Idealmente, llega un momento del proceso de desarrollo personal en que el partido se juega a puerta cerrada. Sin público. Sin periodistas. Y hasta sin cuarteto arbitral. Son esos juegos en los cuales decidimos y accionamos solamente enfrentando el juicio de nuestra conciencia.

El psicólogo Carl Rogers sostiene que, en un grupo de crecimiento, el facilitador no debe dar señales de lo que cree que está bien o mal para no contaminar el desarrollo de las...

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