Álvaro Cedeño: El tercer turno

Venimos de una época en que solo por curiosidad pensábamos que cuando aquí son las 10 p. m., en Tokio es la 1 p.m. Pero nos globalizamos, lo cual hace que cada día sea más frecuente encontrar personas cuya jornada habitual comienza a las 10 p. m.

Nuestro reloj biológico está muy vinculado a la luminosidad, natural o artificial, de forma que si no apagamos la luz, nos cuesta más dormirnos.

Aunque por necesidades de horario, muchas personas han logrado reprogramarse para trabajar a la hora en que los demás dormimos: bomberos, personal de seguridad, profesionales de la salud, colaboradores de industrias, hoteles, aeropuertos, aerolíneas.

Todos la hemos palmado alguna vez. Por razones de estudio o de trabajo. Y hemos tenido esa sensación de todos duermen, solo unos pocos estamos despiertos. Esa sensación de silencio que permite la concentración. Ese cambio de velocidad que descubrimos en el tiempo: la lentidud con la que transcurren las horas interminables de la madrugada.

Y la forma como, de pronto, el tiempo vuela entre la cercanía del alba y la instalación completa del día.

La alta noche y la madrugada son horas de sosiego y de pensar profundo, como en la oración por todos. Lo trascendente parece estar más cerca en la quietud...

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