La sombra de un almendro sirve de aula a colegiales de Drake

Bahía Drake, Osa. Sentado sobre un tronco, el profesor de Estudios Sociales, Carlos Azofeifa habla con sus alumnos sobre el Estado como garante de la igualdad de oportunidades de los ciudadanos.

Empieza la tarde del lunes 2 de marzo y los jóvenes, tendidos sobre la arena, se apuñan para compartir la sombra que proyecta un almendro, mientras reciben la clase de Cívica.

Son estudiantes de undécimo año y siguen atentos la lección, aunque su situación dista de ese trato igualitario del que habla Azofeifa.

El grupo es parte de los 94 alumnos de la telesecundaria de bahía Drake y su realidad es diferente a la de la mayoría de colegiales del país: desde hace casi cinco años no tienen colegio.

Un derrumbe dañó el inmueble a finales de junio del 2010 y la Comisión Nacional de Emergencias los obligó a desalojarlo. Desde esa fecha, reciben clases en el salón comunal, donde los grupos son separados por mamparas formadas con pizarrones.

De los 28 centros del Ministerio de Educación (MEP) que integran esta modalidad, el de Drake es el que registra la mayor deserción, que pasó de 12% en el 2011 a 26% en el 2014.

Así, mientras en el 2011, ocho de 67 matriculados abandonaron los estudios, el año pasado lo hicieron 27 de 103.

El promedio de deserción de todas las telesecundarias más bien disminuyó, al pasar de 12% en el 2011, a 10% en el 2014.

Xinia Suárez, directora de la institución, explicó que el año anterior la cifra se disparó porque tuvieron problemas con el transporte estudiantil y, como muchos viajan de pueblos alejados, dejaron de asistir.

'Aquí vienen muchachos que tienen que levantarse a las 3 de la madrugada para estar a las 7 en el colegio. El año pasado, a un alumno le salió un tigre (felino) en el camino y el papá tuvo que seguir llevándolo al colegio a caballo', narró la directora.

Pese a las carencias, dijo Suárez, hay buen rendimiento: el año pasado, los cuatro jóvenes que hicieron bachillerato, lo ganaron.

Calor y ruido. El salón donde se instaló hace cinco años el colegio -de manera provisional- no tiene cielorraso. Por eso, en tardes calurosas, como las de marzo, el cinc se sobrecalienta y el lugar se transforma en un horno.

A esto se suma el ruido, pues al no haber paredes, los grupos, de los cinco niveles, se interrumpen entre sí, por lo que, en ocasiones, los profesores prefieren dar sus clases al aire libre.

'En verano, el calor es insoportable y durante el invierno, más bien el agua se mete por todo lado', relató Eduardo Gómez...

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