¡Basura!

Veo una foto de Ronaldinho, erguido en su piscina, como diciendo: '¡Dejad que las mujeres venga a mí!' A sus pies convergen 5 féminas mostrando sus nalgatorios -lo único que emerge del agua-, en lo que podría constituir un ballet acuático como un acto de adoración y sometimiento a su ídolo. Todas en tanga: disponibilidad, acceso irrestricto y permanente. Prendadas del futbolista como crías de la ubre pródiga de su madre. Pirañas, rémoras, cardumen humano? Sobre ellas, sonriente, majestuoso cual Poseidón con su cohorte de sirenas, el astro de quien el árbitro Collina dijera: 'después del golazo que le marcó al Chelsea, casi olvido el silbato para correr a festejarlo'.

La excelencia deportiva divorciada de la excelencia humana.

¿Divorciada? Peor que eso. Del mejor futbolista se espera hoy en día -en magnitud proporcional a su calidad- la mayor disipación ética. La imagen denigra al deportista, las mujeres, quienes la divulgan y los que la consumimos. A sociedad enferma, futbol enfermo. Algún periodista protestó. Ronaldinho respondió: 'envidioso'. ¿Qué podemos 'envidiarle', a un atorrante que, fuera de su gloria deportiva, representa, en todos los parámetros, una apoteosis de la vacuidad y el descerebramiento? Lo grave es que solo una vox clamantis in deserto haya hablado. Debería haber despertado un movimiento universal de indignación. Es un crimen de lesa humanidad: el ser humano se ve todo él lesionado. Antes bien, la foto halagó fibras muy íntimas en los seguidores del futbol. La...

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