El boruca que emigró para  luchar por los indígenas

Apenas cumplió 18 años, Ernesto González Rojas se marchó de su casa. No fue un arranque de rebeldía, sino un asunto de supervivencia.En un distrito donde las dos fuentes de empleo -artesanías o piñeras- no pagan bien, su única opción fue empacar maletas, decirle adiós a Boruca y salir en rumbo hacia San José.A mitad del 2009, aterrizó en un cuarto prestado en barrio La Lía, Curridabat, y empezó a repartir currículos hasta que recibió una llamada de McDonald's, Plaza del Sol. Cambiar una casa con cuatro hermanos y su madre -quien es educadora- por la solitaria vida capitalina, no le fue fácil.'Allá, si querés un plátano frito o un fresco de limón, vas donde tu abuela y lo agarrás del jardín; aquí hay que pagar ¢250 por ese plátano. Aquí, sin plata, te morís de hambre', explica el joven.La Universidad Nacional (UNA) le informó de que había ganado una plaza en Planificación y Promoción Social para empezar en el 2010, entonces se trasladó a Heredia a iniciar lecciones ese febrero.De los 10 muchachos que se graduaron del Liceo Académico de Boruca en su generación, solo tres entraron a la UNA, todos becados.'Cuando decía en clases que era de Boruca, principalmente en primer año, mis compañeros se quedaban extrañados que uno estuviera estudiando, porque hasta eso se etiqueta, que un...

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