El buchón perfecto y el perfecto buchón

Antonio Alfaro

analfaro@nacion.com

Le llaman buchón, chupeta, piquín y hasta mamón -apegado a la pelota cual bebé que no suelta el pecho de su madre-. Vive entre la ovación y el repudio del público. El mismo aficionado que se levanta del asiento ante un túnel, dos regates o un taquito le dedicará un madrazo cuando el glotón sume su tercera pelota perdida por no soltarla a tiempo. 'Hizo una de más' -dicen los más prudentes críticos-. La afición no perdona una jugada de más, una gambeta de sobra, un ataque que pierde velocidad (en el menor de los casos).

El egoísta se lleva el peor de los reproches, pero en medio de todos sus pecados, qué sería del fútbol sin esos que intentan la individualidad. ¿Un juego de ajedrez en el que cada pieza ya tiene el movimiento predeterminado? (con todo respeto a los ajedrecistas, cuyo espectáculo es para la mente y no para la vista).

Los Joel Campbell y los Deyver Vega juegan al borde del abuso. Detectar el momento oportuno para engolosinarse o soltarla marcará la diferencia. Prefiero el que la intenta, el que alguna vez sacará un conejo del sombrero.

El que hoy saca de quicio a la afición morada algún día puede ser el dolor de cabeza de la zaga rival. Debe aprender a pasarla, sin archivar su gambeta; debe saber que ya todos sabemos hacia a qué lado intentará el truco. Es su virtud no dejarse anular por los reproches.

Un Campbell muchas veces se ha pasado de...

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