Chinimba

José David Guevara

jguevara@elfinancierocr.com

Ver jugar a José Manuel Chinimba Rojas en la década de los años 70 me producía dos emociones contradictorias: alegría y miedo.

Alegría porque daba gusto ver a aquel volante ofensivo que derrochaba inteligencia, talento, genialidad, osadía, picardía, velocidad y hasta una dosis de arrogancia cada vez que jugaba con aquel equipo de fútbol de Barrio México, cuya portería era resguardada por uno de los mejores arqueros que he visto en el país: Didier Gutiérrez.

Miedo cuando ese deportista nacido el 8 de junio de 1952 alineaba en un partido contra mi equipo, el Deportivo Saprissa. Era siempre un dolor de cabeza, una pesadilla, la piedra en el zapato, un dolor de muelas; cada vez que recibía el balón y emprendía un nuevo ataque, yo ?adolescente en aquellos años? temblaba, sudaba y me comía las uñas.

Era un futbolista de verdad. Jugaba con o sin balón. Marcaba los tiempos. Descifraba la estrategia de la escuadra contraria. Se echaba su equipo al hombro.

Era preciso con sus pases y remates a marco ?virtud escasa en las canchas ticas hoy día?. Había neuronas en cada una de sus intervenciones.

Tan fuera de serie era Chinimba que en más de una ocasión asistí al estadio cuando no jugaba mi equipo, pero sí el conjunto cuya camiseta imitaba a la del River Plate de Argentina.

Sí, solo para verlo a él deleitándose y deleitándonos al lado de jugadores como Carlos Macho Ovares, William Jiménez, Alexis Alfaro y los...

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