La columna del redactor

José Luis Rodríguez C.jorodriguez@nacion.com

Eran las 7:30 a. m., la orden de salida se dio y 250 personas comenzamos a ascender uno de los picos más altos de nuestro país: el Cerro de la Muerte.

Era mi primera vez, no sabía lo que vendría, pero la ilusión de enfrentar algo nuevo me llevaba motivado junto a todos esos titanes, hombres y mujeres, que marcaban su paso a mi lado.

Poco a poco la calle de lastre quedó atrás y, entonces sí, comenzó lo bueno, sumergido en la montaña, entre riachuelos, barro, raíces y árboles, todo cuesta arriba, en vertical.

Ahí adentro, donde solo cintas de color celeste y rosado guían al corredor, es donde el ser humano, perfectamente diseñado, prueba los límites de su fortaleza mental y física, tan importante una como la otra.

Fueron nueve kilómetros de ascenso, en los que correr resultó imposible por lo empinado del lugar, y 12 de descenso, tan difíciles como los primeros, que juntos sumaron los 21 km más espectaculares que he corrido en mi vida.

La temperatura de hasta siete grados allá en las...

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