La columna del redactor

David Goldberg J.dgoldberg@nacion.com

Una final es algo completamente aparte. No importa si es en España, en Brasil o en Costa Rica. No importa si es en un Mundial, en Primera División o en un campeonato de barrio. Es más, lo es hasta en videojuegos.

Una final no es un partido cualquiera, más allá de que algunos tratan de apaciguar el alma diciendo que lo es. Para nada.

Hay más tensión, más nervios, más emociones. Es el trabajo de todo un torneo englobado en un lapso tan corto que no hace justicia al esfuerzo total.

Un error y todo el sueño se esfuma. Un acierto y toda la ilusión se realiza. Por eso es que el corazón late más rápido. Por eso es que el sudor brota más fácil. Usualmente tienen mejor suerte los que así lo captan.

Nuevamente, no importa si se está en el Maracaná o en una cancha con peñones. En la mente solo debe estar la urgencia de celebrar y el deseo de sucumbir ante esa sensación única que da la mezcla entre la satisfacción y el orgullo. En una sola idea: la del...

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