El delicioso amargor de la bilis

Jacques Sagot

jacqsagot@gmail.com

Dicen que, en materia deportiva, el que se enoja pierde.

Hay personas que pretenden nunca enojarse. Yo no puedo -y tampoco quiero- jactarme de este atributo -si en efecto es tal-.

Por supuesto que me enojo. ¿Le dará esta confesión material a los burlistas y choteadores? Eso no importa. Debo ser honesto. No será para evitar unos cuantos memes o madrazos (en el mejor de los casos: con frecuencia son ininteligibles pachucadas) que voy a ocultar mi manera de vivir el fútbol.

Sí: sufro, me 'pico' y me enojo. Cuando mi equipo es vapuleado oprobiosamente, mi ira se desplaza del verdugo a la víctima.

Dejándose masacrar por la Liga con semejante pompa y circunstancia, Saprissa me faltó al respeto.

¿Qué le he hecho yo a mi equipo para merecer este trato?

Proclamo mi saprissismo urbi et orbi y me compro los más evitables pleitos por sostener que el mundo es morado, y por toda recompensa me encuentro en el pozo de los leones, humillado, a merced de mis vejadores.

Por poco, es traición calificada. Y lo que adviene es peor que enojo: resentimiento.

Estoy resentido con Saprissa, sí. Profundamente. El equipo me defraudó, me falló, me 'vendió'.

El resentimiento es un feo humor: genera bilis, emponzoña la sangre, ofusca el entendimiento. Es ira impotente girando en el circuito cerrado de nuestra psique.

Saprissa me dejó inerme, desnudo, expuesto a la mofa universal.

Sí, peor que molesto, estoy genuinamente resentido. No se redimirá...

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