Un domingo sin fútbol

No hizo lo de todos los domingos: despertar agitado, levantarse como impulsado por resortes, hacer una visita apurada al baño, correr a sentarse en su sillón favorito y encender el televisor en alguno de los canales deportivos al cual mantenerse anclado todo el día.Esta vez se sentó en la mesa de la cocina a disfrutar con calma del café negro (descubrió aromas nuevos en el humo que subía desde la jarra), los huevos revueltos (percibió el sabor del ajo y la cebolla), las tostadas (se deleitó con el crujido del pan) y la lectura del periódico (se detuvo en secciones a las que nunca les había prestado atención).Después le puso la correa al perro y lo sacó a caminar por el barrio. Tan reposado fue el recorrido que aquel inquieto dálmata tuvo tiempo de detenerse a olfatear y orinar árboles, palmeras enanas, postes de electricidad e hidrantes. Su amo, entre tanto, volvió a saludar y conversar con vecinos a los que no veía desde hacía varios meses.El baño no fue una prueba contrarreloj. Disfrutó, con paciencia de caracol en reversa, del agua tibia, el jabón de aloe y el champú espumoso. Incluso se dio un lujo que había tenido archivado en el olvido: entonar a todo galillo canciones de Rocío Durcal y Juan Gabriel.A la hora del almuerzo masticó los alimentos como Dios manda; nada de urgencias ni de estar pendiente del reloj...

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