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Amado Hidalgo

hidalgo.amado36@gmail.com

Estadios semivacíos y grises el domingo. Los duelos del fútbol perdieron su batalla contra el duelo de las almas, arrugadas por el azote de la naturaleza, por esa zancadilla innoble de una tragedia que nos puso en fuera de juego a todos.

Una semana oscura que empezó con la muerte de Badilla y que nos sacudió con esos vientos y lluvias que se llevaron un poco de la vida de cada uno, porque los muertos los lloramos todos.

Una tragedia de estas nos aterriza. No solo hermana en el dolor. Permite darle la debida importancia a cada cosa. El fútbol, que enfrenta a las huestes, pone de mal humor a los más fanáticos, da alegrías desbordantes, nos vuelve de cabeza, resulta apenas un pasatiempo. Y, como tal, lo que pasa en los estadios está muy lejos de lo realmente vital: una casa cálida, un día soleado, una noche con abrigo, una mesa con pan y la familia y amigos sanos.

En tal situación, nos sonroja la maldición lanzada el día que llegamos a la mejenga y la lluvia nos dejó vestidos y alborotados. Y nos apena la queja hepática por aquel frío vivido en el estadio, cómplice de una pequeña llovizna.

La nevada bajo la cual jugó la Selección en Denver, dicen que fue la 'culpable' de ese épico arrebato que nos clasificó al Mundial y nos llevó hasta cuartos de final. Si aquella lluvia blanca sirvió para despertar el nacionalismo y la solidaridad del pueblo...

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