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Somos dados a criticar con severidad a los futbolistas y dirigentes por sus declaraciones o actos, al calor de los partidos, y queremos que sean ejemplo de los niños, de las abuelitas, de los jóvenes, de todo el mundo.

Pese a que, muchos jugadores, por su origen humilde o porque la pelota les alejó de las aulas a temprana edad, no han tenido la oportunidad de sumergirse entre los libros y ampliar ese horizonte que les comete zancadillas ante cámaras y micrófonos.

Viendo y escuchando a los políticos de turno, me parece que somos un poco severos con quienes han hecho del futbol su profesión. Su nivel de influencia está lejos de aquellos que pretenden gobernar.

No recuerdo haber experimentado náuseas de tal magnitud por algo dicho en una cancha o camerino, como las que sentí al oír a un candidato presidencial denigrando al género femenino, por la forma en que, aseguró sin pruebas y sin pudor, ascendieron en la escala del Poder Judicial.

¿Qué pasaría si un futbolista se refiriera así a alguna mujer? 'Imbécil, acomplejado, machista, inculto, sexista'. Una lluvia de insultos, bien ganados, le acompañarían por siempre. No importa si no fue más que a la escuela, si vivió agredido en su niñez, si cuando se retire va a ser taxista o vendedor de chances. Y entonces, ¿cómo llamar a quien la vida le dio la oportunidad de ilustrarse, de cultivar la palabra y hasta de intentar ser el presidente de todos nosotros?

El zapatazo de McDonald lo persigue como su fantasma de cuna. Lo lanzó un tipo al calor de un...

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