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Hablo hoy de un hombre al que ya me he referido dos veces. Y lo hago porque se lo merece.

Por fin, a los 106 años de edad, Robert Marchand, el veterano ciclista francés, ha tenido que retirarse. El tiempo, el tiempo? ese cirujano de mano excesivamente lenta para sanar los dolores, ese extraño aliado que nos conduce a la muerte, esa flecha disparada por un arquero misterioso, ha por fin doblegado al titán. Recientes exámenes médicos han llevado a sus galenos a prohibirle el ciclismo competitivo. Ahora tan solo puede ejercitarse un poco en su bicicleta estacionaria.

A los 105 años, el plusmarquista estableció récords al recorrer 23 kilómetros en una hora. La Federación Mundial de Ciclismo tuvo que crear dos categorías inéditas para él solo: competidores mayores de cien años, y competidores mayores de 105 años. Estamos frente a un prodigio de longevidad, de voluntad, de amor a la vida.

¿Cómo se mide eso? No se mide. Basta con constatar la disciplina, la entrega, la pasión, el nivel de calorías emocionales de una persona, para saber cuánto ama la vida.

Marchand es testigo de todo un siglo, y buena parte del siguiente. Entre sus primeros, amargos recuerdos, se cuentan los cascos picudos de los demonios prusianos marchando y vociferando a través de su nativa Amiens. Vivió ambas grandes guerras, y ahora asiste al horror de Siria, Afganistán?

Su testimonio del mundo y de la...

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