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El Club Sport Cartaginés, Perdedor Emérito del Fútbol Nacional, ya está bailando el valsecito que nos inflige en cada temporada, perdiendo por marcadores de masacre, y hundiéndose lejos de la zona de clasificación.

Pienso en su afición, y lo hago con respeto y conmiseración profundos. Es la más fervorosa del país (fervorosa: abundante en fe). Cartago es eso: una fe, una devoción, un fervor que persiste contra toda realidad y pervive a los más amargos reveses. Es una afición estoica: sufre y calla, y espera, y se toma las cosas con filosofía. Asume que en su dolor hay un sentido, una significación que algún día le será revelada. Empuña su sufrimiento con serenidad y vive en actitud de permanente aguarde (Unamuno), ya que no de esperanza (la esperanza es activa, militante; el aguarde es una espera resignada, desde la derrota permanente y asumida).

Lo triste del caso es que Cartaginés no va a desagraviar a su afición ganando un campeonatillo, un día u otro. Cualquiera sabe que, según el cálculo de probabilidades, es imposible que no termine por ganar algo, en seis meses o en mil años. El problema es que la deuda de Cartaginés con su afición es descomunal y no cesa de crecer. Para cancelarla tendría que ganar muchos campeonatos, muchos, muchos, y que no medien 78 años entre ellos. Una gotita de agua no va a aplacar casi ocho...

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