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Sea el balón de oro y goleador de su propio campeonato. Sea el árbitro de su propia vida. Sea la estrella de su equipo. Sea el campeón mundial en ese planeta que, como el del Principito, solo le pertenece a usted, y que debe cuidar con esmero. Ayer hubo clásico. Si al día de hoy está usted apabullado o exultante hasta la locura, algo anda mal con su equilibrio emocional y su principio de realidad. No es posible que depositemos toda nuestra alegría o tristeza en algo sobre lo que no tenemos control. Es peligroso, insensato. Cada hombre debe empuñar su propia vida. No vivir por interpósita mano, a través de otros.

Seremos felices cuando once individuos pateando una bola lo permitan, seremos infelices cuando los mismos sujetos nos lo prohíban por haber fracasado en la batalla del día. Tendremos que pedir permiso a Messi para ser felices, o a CR7, o a los garridos gladiadores de Saprissa o de la Liga.

Mi punto es: el deporte se convierte en una actividad alienante cuando asume una importancia mayor que la realidad, cuando vivimos a través de él. No podemos vivir a través de otros, no podemos poner en sus manos nuestras vidas.

Miles de seres frustrados, vitalmente derrotados, proyectan...

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