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Loris Karius. Un nombre para la execración. Linchémoslo. Eviscerémoslo. Lapidémoslo. Destripémoslo. Desmembrémoslo. Trepanémoslo. Incinerémoslo. El fanático futbolero tiene siempre vocación de linchador. Hasta que, en futuro partido, Karius pare tres penales consecutivos y sea proclamado prócer de la patria. Porque con la misma visceralidad con que lapida, el fanático futbolero idolatra y deifica.

En el fondo, la cosa es muy simple: Karius es un magnífico portero que tuvo una mala tarde: eso es todo. Encajó un gol infantil, y permitió que la bola de nieve se convirtiera en avalancha. Se rompió por dentro, se dejó devorar por sus propios demonios. Después del primer gol tenía dos opciones: usarlo como un revulsivo, reaccionar, y sobreponerse a la calamidad con una actuación brillante, o bien, entrar en barrena, y dejar que el inicial pedrusco de nieve se le convirtiera en alud incoercible y avasallador. Y sucedió lo segundo.

Como Palermo en la Copa América Paraguay 1999. La cantidad de dinero sobre la mesa se multiplicaba exponencialmente con cada uno de sus cobros. Al ejecutar el primer penal, se habrá dicho: 'si lo fallo me linchan en Argentina'. Al cobrar el segundo: 'botar un penal pasa, pero botar dos me convertiría ya en el hazmerreír del mundo'. Al patear el tercero: 'si lo vuelvo a pifiar me...

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