Opinión: Circularidad de la locura

Jacques Sagot

jacqsagot@gmail.com

Olimpiada de Berlín 1936. Amargo momento histórico. En Italia, Mussolini representaba su grotesca ópera bufa desde 1922. En Alemania, Hitler, Canciller Imperial en 1933 y Führer -líder- un año más tarde, soñaba ya con sojuzgar al mundo. En España, Franco se aprestaba a retrotraer a su país al más sórdido, oscurantista Medioevo. Redondeemos este mapa del horror mencionando a Stalin, quien copulaba con el poder desde 1922, y a la altura de 1936 había ya matado a 7 millones de rusos.

En agosto de 1936, Jesse Owens, un atleta negro de 23 años, nacido en Alabama, el menor de una familia de 10 hijos, viaja al país de Wagner y Nietzsche, para participar en las pruebas de salto de longitud, los 100 y los 200 metros, y la carrera de relevos. Ya conocemos la historia: se apoderó de las cuatro medallas de oro, y frustró la quimera hitleriana de transformar los Juegos en una pasarela para el lucimiento del atleta ario, el Übermensch .

Esa es la parte épica y triunfal de la carrera de Owens. Lo que vino después fue el regreso al infierno. Este segmento de su vida suele ser ignorado. Pese a su proeza olímpica, el presidente Roosevelt se negó a recibirlo en la Casa Blanca. No le mandó siquiera un telegrama de felicitación. Owens, el héroe que había bañado en oro a su país, no podía hospedarse sino en...

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