Opinión: La fe que movió la montaña

Roberto García H.

roberto.comunic@gmail.com

Cuántas escenas de su existencia habrá repasado, mientras yacía en posición fetal en el fondo de la oscuridad, al tiempo que un centenar de atletas se movían como hormigas, ordenadamente, diligentemente, en denodado afán por salvarle la vida. Cuánta felicidad habrá experimentado al sentir el retumbo esperanzador de picos, palas y sierras, al compás de la respiración trémula de sus rescatistas, ¡tan cerca, tan lejos!

Minor Pérez sobrevivió apenas unas horas tras su dramático rescate, porque los designios del Creador son insondables. Entre la tarde del viernes y la mañana del sábado, había resistido, con estoica agonía, la languidez de un reloj de arena que lo liberaba gradualmente del peso inmenso de la montaña.

En su extenuante vigilia, al percibir a los ángeles del sudor y escuchar el verbo hecho bálsamo de su compañera, Minor supo que volvería a ver a sus seres queridos. Una vez más, por lo menos.

Si morir con las botas puestas suena a frase trillada, el excavador de La Garita la interpretó al pie de la letra. Fue un digno actor protagónico en la lucha por sobrevivir. Al ejemplo de quien batalló con valentía, hay que sumar y destacar la heroica disposición de todos cuantos se...

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