Opinión: 'Liberia, la indignidad de la mendicación'

Jacques Sagot

jacqsagot@gmail.com

'Tilín, tilín'... suena la latita, cuando en ella cae la moneda que el transeúnte arroja, con gesto entre displicente y compasivo, para liberarse de la mirada perruna del mendigo. Liberia, la ciudad más próspera del país, tiene un equipo de pordioseros, de limosneros. Once hombres que buscan en los más recónditos yacimientos auríferos de sus almas la fuerza para seguir luchando, desde la incertidumbre, la congoja, la miseria material. El heroísmo, la fibra moral de un hombre tiene su límite. El coraje del gladiador termina justo en el momento en que entra a escena ese infame personaje que conocemos como 'hambre'. De ahí en adelante todo es inaceptable.

Por supuesto, no faltarán los mecenas, los patronazgos magnánimos que alivien la penuria de estos ejemplares guerreros. Ese tipo de gestos suturan la superficie de la herida, pero agravan el sangrado interno. Ese sangrado es la indignidad de saberse dependiente, incapaz de autosuficiencia, privado de autonomía. El hombre que no puede vivir de su trabajo, de aquello que ama y confiere sentido a su vida. La dignidad es un rasgo antropológico de la criatura humana: ningún animal es capaz de ella. No es exactamente el orgullo, ni el autorrespeto, ni el amor propio. Definir la dignidad nos tomaría cientos de páginas. Pero siempre podemos sentir...

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