Opinión: Luces del viejo estadio

Roberto García H.

roberto.comunic@gmail.com

Una noche lejana, allá por el año 1960, conocí las luces del Estadio Nacional, con motivo de un partido entre Orión y Saprissa, al que me llevó mi padre, quien simpatizaba con la divisa azulgrana. Fue la única oportunidad en la que fuimos juntos al estadio, pues él no era especialmente amante del fútbol. Conservo la imagen de mi papá con su pantalón oscuro, su camisa formal y su saco de oficinista. Solía regresar del trabajo al anochecer con La Prensa Libre bajo el brazo. En la época, los periódicos se leían en las casas, en las calles, parques y buses. Los pregoneros voceaban las noticias en las esquinas y el vespertino se vendía como pan caliente.

Era un hombre noble, con una chispa humorística que se fue apagando con el paso del tiempo, y reservado en el plano del afecto, quizás por las preguntas sin respuestas de su niñez, pues el menor de 13 hermanos nunca disfrutó de la figura paterna, debido a que mi abuelo español murió repentinamente, cuando él tenía apenas meses de edad.

El viejo nos quería y procuraba nuestro bienestar con afán y constancia admirables. Después de cenar, mis hermanos y yo escuchábamos por la radio programas como Cuquita , Lalito y su mamá , La Tremenda Corte y Los Tres Villalobos . Luego nos mandaban a dormir y, minutos más tarde, mi papá entraba con un foco a revisar la habitación y palpaba delicadamente...

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