Opinión: ¿Por qué seguimos vivos?

Antonio Alfaro

analfaro@nacion.com

Murió Johan Cruyff, pero su gambeta, veloz, siempre hacia el frente, aún vive en la memoria de quien haya visto un vídeo del 14 tulipán. Partió Muhammad Ali volando como mariposa y picando como avispa, sin vestigios de parkinson. Nos dejaron 71 pasajeros en el vuelo del Chapecoense, con destino a la final sudamericana y escala en el abrazo del mundo entero. Se despidió a lo gladiador, quien jugó como tal vestido de morado.

Murió el 2016. Usted y yo seguimos vivos (Dios sabrá por qué).

Don Carlos Watson -así con el 'don' que merecen los señores decentes, respetuosos- pasó del festejo del título al luto por su esposa. Entonces, por un instante, uno se detiene y recuerda lo bien sabido y mal llevado a la práctica: el fútbol es solo fútbol.

El fútbol no es la entrada al paraíso, el Edén hecho deporte, ni la razón de la cigüeña para dejarnos en la Tierra. Los partidos no son 'de vida o muerte' más allá del metafórico y melodramático lenguaje de nosotros los periodistas, inmersos en una de las más apasionantes distracciones inventadas por el hombre.

Los títulos -que diría no valen nada- tan solo recobran su importancia en una frase que me asalta en cada nueva despedida: 'el mejor homenaje que se puede hacer a quienes han partido es seguir viviendo'. Siempre le añado: ('y hacerlo bien').

Es, en ese hacerlo bien, donde caben los goles, los abrazos...

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