¡Con su permiso, que ahí vienen los bueyes!

A eso de las 10:30 a. m. de ayer, cerca del Hospital de Niños, se escuchó la voz de una niña que preguntaba: 'Ray, ¿y para qué hacen eso?', extrañada ante los animales que, en parejas, jalaban una carreta.

Una larga fila de bueyes engalanados transitaba despacito a lo largo del paseo Colón, ya casi llegando a la mitad del recorrido de 2,5 km de la tradicional Entrada de Boyeros a San José.

Algunos desde el sábado y otros desde muy temprano el domingo, los boyeros aguardaron en el Parque Metropolitano La Sabana para iniciar el desfile, casi todos con sombrero de ala ancha, camisa a cuadros, pantalones de mezclilla y botas de cuero. Y el bastón, claro, con el que dirigen a sus animales.

Aguardando la señal de salida, detrás del Museo de Arte Costarricense, estaba el zarcereño José Andrés Salas, con su par de bueyes blancos con manchas negras, unidos por un yugo celeste pintado al característico estilo de Sarchí.

A sus 15 años, él es parte de una nueva generación de boyeros que lleva la tradición en la sangre. Para Salas, este pasatiempo empezó desde que tiene siete años y dice, convencido, que sus amores son los caballos, los bueyes y las mujeres.

'De haber crecido en la ciudad, lo más probable es que ni José Andrés ni sus amigos se hubieran decidido por esta afición', reconoce su hermano mayor, Óscar Salas.

'Como hay tanta distracción, y algunas personas no tienen la facilidad o la dicha de criarse con este sistema, en la finca? Por eso es bueno que aprendan, para que continúe el boyeo en el país', agregó.

Unos metros más adelante, Eliécer Quesada acomodaba en la fila que estaba por partir a sus bueyes, apodados Los Bonitos, los cuales trasladó desde Paraíso de Cartago para lucir su 'vestimenta de primera'.

Ataviados con banderines en las puntas de sus cuernos, frenteras con remaches, flecos de cuero entre sus ojos y un yugo y carreta típica pintados a mano, el experimentado Quesada se aseguró de que Los Bonitos causaran la mejor impresión a quien se acercara. 'Alcen la cabeza para que se vean guapos', les decía antes de salir retratado en las fotografías.

En cambio, Edwin Navas, de 18 años, estaba tan nervioso como los bueyes que llevó al recorrido. que mugían de impaciencia. 'Están empezando; no están acostumbrados a tener tantas personas alrededor', dijo ansioso. Fue el primer desfile para los tres.

Dueños de la carretera. Los relojes marcaban las...

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