A veces el café huele a fútbol

José David Guevara

jguevara@elfinancierocr.com

Más que el café, el cafetal. Finca inquilina de la montaña y vecina del río. Arbusto cargado de flores blancas. Ramas repletas de granos verdes. Manos que recogen. Canastos llenos de frutos rojos. Carretas de bueyes o de camiones chorreando miel por el camino.

Aroma que se mezcla con los perfumes de los árboles de eucalipto, naranjos atiborrados de frutas amarillas, pequeñas y jugosas, anonos, nísperos, limones dulces, manzanas de agua, manzanas rosa, mandarinas, jocotes y matas de plátano, banano y guineo. Todo un manjar para los pájaros que no vuelan entre edificios, postes de electricidad ni semáforos, sino entre troncos, ramas y hojas, y para los caminantes que estampan las huellas de sus botas de hule o cuero en caminos y trillos de polvo y barro.

En las fosas nasales ingresan también los olores de los almuerzos, gallos y puntalitos de los hombres y mujeres que recolectan el grano de oro: tortas de huevo, arroz, frijoles arreglados, queso frito, barbudos, picadillo de papa o chayote, plátano maduro, un trozo de pan; a veces en un termo, a veces envuelto en hoja de plátano, a veces en una olla de aluminio pequeña y abollada, cuya tapa se asegura con un limpión atado a las asas del utensilio y la de la tapa. Súmele café negro en jarro de lata, aguadulce en botella, algunos sorbos de agua y de vez en cuando un buen trago de guaro.

No faltan a esta fiesta del olfato esencias que visitan a diario las narices de los campesinos: la tierra mojada por la lluvia, el musgo de las piedras, las flores silvestres, la boñiga del ganado, las cuitas de las gallinas, el humo...

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