Actores sociales y relaciones de poder: la globalizacion como proceso y fenomeno socio-politico.

AutorVargas, Luis Paulino
CargoDesarrollo global
Páginas187(22)

INTRODUCCIÓN

No obstante las usuales y muy difundidas elaboraciones ideológicas, la globalización no es un proceso ajeno a las realidades sociales, es decir, al mundo de la gente de carne y hueso. La idea de la absoluta inevitabilidad de la globalización solo puede sostenerse si se acepta que su origen es divino o, alternativamente, que constituye un fenómeno de la naturaleza que, como los terremotos o los huracanes, tan solo admite la posibilidad de prepararse de la mejor forma posible, pero nunca la de poder impedirlo. En cambio, admitir el carácter social y político de la globalización, es decir, el hecho de que ésta es simplemente resultante del pensamiento, las acciones y decisiones de seres humanos que conviven e interactúan, implica admitir que es tan evitable o inevitable como cualquier fenómeno humano.

Y, en el fondo, esto significa una cosa: la globalización se torna "inevitable" en el tanto predominen las relaciones de poder que la diseñan y conducen en sus formas actuales. Cambiar tales relaciones de poder --y por lo tanto los actores en posición de liderazgo- destruiría tal condición de inevitabilidad. Este artículo diserta teóricamente sobre esta problemática, e intenta desarrollar, en sus aspectos más generales, una elaboración teórica que haga inteligibles las categorías principales de actores y el entramado sistémico a que las interrelaciones entre esos actores da lugar, todo lo cual constituye, a fin de cuentas, las fuerzas sociales --y por lo tanto humanas- que subyacen a la globalización.

  1. ¿QUÉ ES LA GLOBALIZACIÓN?

    La globalización es, a la vez, un proceso y un fenómeno. En cuanto que proceso implica dinamismo y transformación, es decir, contiene y se ve empujada por fuerzas complejas que interactúan por vías más o menos conflictivas o colaborativas. En cuanto que fenómeno se visibiliza de múltiples formas y adquiere realidad en la vida de las personas, de los grupos humanos y de las sociedades, de muchas maneras. Y, en esa doble faceta, como proceso y como fenómeno, la globalización ni surge de la naturaleza ni, mucho menos, se origina en un designio divino. Ciertamente su estatuto no es arcano, aún si se trata de una realidad compleja. A fin de cuentas, resulta tan humana como las guerras o las hambrunas. Tan humana como los excesos de opulencia que algunos pocos ostentan sin pudor, o la pobreza que muchísima otra gente sufre sin esperanza de redención para sus vidas.

    Vale decir, la globalización la hacen personas. Así de simple. Es un fenómeno social y político, nada más que eso. Pero decir que la globalización es hecha por gente, no implica que surja a partir de un proceso tan manejable y relativamente previsible como podría serlo, pongamos por caso, la construcción de una casa. En el proceso por el cual la globalización se pone en marcha y evoluciona, están presentes procesos de interacción entre seres humanos, que son de mucho mayor alcance y complejidad que aquellos que hacen posible la coordinación de tareas y la cooperación para levantar la casa del cuento.

    Por ello, decir de la globalización que es nada más que un proceso construido por seres humanos, implica, sin embargo, que, como proceso, es uno que, en virtud de sus características y alcances, escapa al control deliberado, consciente y directo de ningún ser humano en particular. Inclusive escapa al control simple y lineal por parte de grupos poderosos de seres humanos. A ello me refiero cuando digo que se trata de un proceso complejo. Porque en su diseño y evolución concurren e interactúan grupos sociales --es decir, grupos de seres humanos- muy diversos. Heterogéneos entre sí, no solo en términos de sus intereses, su cultura e ideología y su proyecto político, sino en relación con el volumen y calidad de los recursos de poder a su disposición.

    La multitud y heterogeneidad de tales grupos da lugar, reitero, a procesos de interacción necesariamente complejos, es decir, procesos de interacción donde los grupos sociales -que llamaré actores, en bien de la simplicidad expositiva- se relacionan entre sí de múltiples formas, por medios muy diversos, con objetivos muy variados, siguiendo estrategias muy heterogéneas. Es como al modo de una densa malla de presiones y contrapresiones; acciones y reacciones; interpelaciones, respuestas, silencios, omisiones; empujones y resistencias.

    Por ello es imposible, o cuanto menos muy improbable, que haya algún actor social en particular, dotado del poder suficiente para sobredeterminar y controlar el curso de la globalización. Pero, en cambio, esto no implica que todos los actores tengan la misma capacidad para influir y dar vigencia efectiva a sus intereses y sus propuestas ideológicas y políticas. En ese sentido, la globalización no solamente es un proceso complejo, sino, además, asimétrico.

  2. ACTORES, INTERESES Y RELACIONES DE PODER EN LA GLOBALIZACIÓN (1)

    Actores con mayores recursos de poder son, obviamente, actores más poderosos. Tal es, en su nivel más evidente, el fundamento de las asimetrías de poder entre los diversos actores. Y, por supuesto, actores más poderosos tienen mayor influencia en el diseño institucional, normativo y tecnológico que da forma y orienta esta llamada globalización. Se entiende que tal influencia se diseña desde los intereses de tales actores, se expresa discursivamente en su ideología y proyecto político y, finalmente, concreta por medio de decisiones, las principales de estas de carácter propiamente político. La globalización, tal cual la conocemos, fundamentalmente concreta los intereses de estos actores hegemónicos, es decir, los de aquellos actores con mayores recursos de poder a su disposición.

    Pero ese proceso por medio del cual, estos actores buscan imponer sus intereses y proyectos políticos, no discurre de forma lineal.

    En primer lugar, los actores hegemónicos o dominantes no son homogéneos. No lo son en sí mismos. Es decir, cada una de las categorías unitarias de actor hegemónico que podamos conceptuar, aún si se unifica alrededor de un interés básico compartido y cumple una función que establece una relativa identidad, en todo caso no es interiormente homogéneo, como tampoco lo es respecto de las otras categorías de actores hegemónicos, con los cuales comparte ciertos intereses fundamentales y privilegiadas posiciones de poder. Esto necesariamente comporta algún grado de conflicto y, respectivamente, de negociación. Es decir, es algo que consume energías y, en algún grado más o menos significativo, introduce matices y variaciones. A fin de cuentas, las instituciones y normativas por medio de las cuales se concretan los intereses dominantes --inclusive las tecnologías por cuyo medio estos procuran consolidar su hegemonía- nunca podrán reflejar prístinamente ni balancear de forma suficientemente satisfactoria, los intereses, la ideología y el proyecto político de cada uno de estos actores hegemónicos.

    Además, existe un entramado estructural que, inevitablemente, limita y condiciona. Es decir, existen instituciones, normativas, organizaciones y formas culturales, que son cristalización actual de procesos históricos más o menos dilatados y complejos, y las cuales, en el momento presente, pueden resultar más o menos funcionales o disfuncionales respecto de los objetivos políticos y económicos que se trazan los actores hegemónicos. Estas estructuras poseen cierta inercia que les es propia y que puede ser resistente, en grados variables, respecto de procesos de cambio o fuerzas en transformación. Tales estructuras limitan y canalizan las acciones que emprenden los actores, incluso si éstos son actores hegemónicos y dominantes.

    Pero acontece que, además, estos actores hegemónicos deben interrelacionarse con actores menos poderosos, que aquí designo bajo la categoría general de actores subalternos o dominados, cuyos intereses, ideología y proyectos políticos son disímiles respecto de los que buscan imponer los actores más poderosos. Su carácter subalterno está vinculado, desde luego, a la posesión de menores recursos de poder. En consecuencia, a una menor capacidad para influir en primera instancia en los procesos de toma de decisión por cuyo medio se diseñan y estructuran las instituciones, las leyes e, inclusive, las bases tecnológicas en que se asienta la globalización. Pero también tienen una menor capacidad para influir en las formas ideológicas y culturales que tienden a ser dominantes en una sociedad particular o bien a escala transnacional o global. En particular, aquellas interrelaciones entre actores hegemónicos y actores dominados o subalternos a menudo derivan hacia el conflicto. Sobre todo cuando estos actores dominados devienen actores de resistencia, con la voluntad y capacidad suficientes para reivindicar sus propios intereses y, respectivamente, su propia y peculiar ideología y proyecto político.

    De tal modo, el relativo menor poder y capacidad de influencia no implica total incapacidad para resistir y, en consecuencia, no implica total incapacidad para influir. Desde luego, esta influencia es comparativamente mucho menor. En su faceta más básica, y políticamente menos madura, los actores subalternos o dominados simplemente sobrellevan su existencia como tales. Es decir, tan solo sobreviven como grupos sociales y sujetos individuales sometidos a una relación de dominación, estructuralmente desventajosa. Ello comporta, desde el punto de vista económico, una relación de explotación que opera de diversas formas (extracción de plusvalor; manejo de precios monopólicos, tributos regresivos, etc.), la cual se prolonga como una relación de posposición o marginalidad, más o menos pronunciada según sea el caso, desde el punto de vista político, cultural y social.

    El adquirir cierta conciencia política mínima que permita percibir la relación de inequidad y privación, carencia o marginalidad, eventualmente mueve a estos actores hacia una posición de resistencia. Llegar a este punto supone, pues, cierto grado de conciencia política en...

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