José Martí y la soberanía monetaria.

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CONTENIDO Resumen Abstract Introducción La Conferencia Monetaria de 1891 El sistema monetario de Estados Unidos en el último tercio del siglo XIX Conclusiones Referencias INTRODUCCIÓN

Tras la Guerra Civil (1861-1865) y la "Reconstrucción" posterior, en el periodo 1880-1898, Estados Unidos creó, según Estrade (2000), "las condiciones económicas, financieras, políticas, diplomáticas, militares e incluso psicológicas de su futura dominación hegemónica, que ejercen primero sobre sus vecinos más cercanos de las Antillas y de Centroamérica, y los del océano Pacífico" (p. 636). Martí presenció, al vivir en Estados Unidos, el nacimiento de un imperio: "Viví en el monstruo y le conozco las entrañas" (OC, IV, p. 168 (4)), escribió sobre esa experiencia, la cual, sin duda, le ayudó a formarse un amplio criterio sobre la realidad de ese país.

El presente artículo se basa en fuentes secundarias y expone la posición que Martí asumió como delegado de Uruguay ante la Conferencia Monetaria Panamericana de 1891. También examina el contexto histórico en que las políticas monetarias, propuestas por los Estados Unidos en esa conferencia, fueron emitidas; esto con la intención de aportar elementos a la comprensión de los motivos que guiaron su convocatoria y las circunstancias en que Martí actuó, en ese episodio de su productiva vida.

La conferencia monetaria de 1891

Del 2 de octubre de 1889 al 19 de abril de 1890 se celebró la Conferencia de Washington (o Primera Conferencia Panamericana), por iniciativa de Estados Unidos, cuya propuesta consistía en que los países del hemisferio formaran una unión aduanera, pero con el propósito no aparente, según Estrade (2000) de beneficiar el "interés de los monopolios industriales y financieros" (p. 644) estadounidenses; a la vez, Estados Unidos procuraba la apertura de una brecha frente al poderío europeo, especialmente el británico (5), en América Latina y el Caribe.

Martí consideró que los "Estados Unidos se preparan para librar una guerra económica con Europa y una guerra de conquista en Latinoamérica" (Estrade, 2000, p. 177). Y, efectivamente, se preguntaba Martí: "¿A qué ir de aliados, en lo mejor de la juventud en la batalla que los Estados Unidos se preparan a librar con el resto del mundo? ¿Por qué han de pelear sobre las repúblicas de América sus batallas con Europa, y ensayar en pueblos libres su sistema de colonización?" (OC, VI, p. 57). Para la época el primer socio comercial de Latinoamérica era Europa (Inglaterra, Francia y Alemania) y no Estados Unidos (6). Martí vio en esta propuesta un claro peligro para los países americanos de habla española, pues éstos se podrían ver conquistados por la vía económica; debía existir, en consecuencia, un equilibrio de poderes entre las potencias. No significa esto que Martí fuera probritánico o proeuropeo, sino que consideraba que el comercio internacional de un país no debe estar ligado a una sola potencia, pues sería un medio para que ésta lo subyugue (7).

El imperio estadounidense en ciernes ya había realizado algunas actuaciones tangibles de intervención en América Latina, entre las que se puede mencionar la Guerra del Pacífico, en la que Estados Unidos, por medio de James Blaine (8), su Secretario de Estado, había pretendido dejar fuera del conflicto a cualquier poder europeo (Bonilla, 1979). Para Ballón Aguirre (2003): "Es a través de la experiencia sufrida por Bolivia y Perú que los países sudamericanos se dan cuenta, en su propia casa, de su marginalidad y dependencia frente a los Estados Unidos y Europa. La guerra real que había transtornado la costa sur del Pacífico, fue también el teatro de una primera guerra fría entre varios países europeos: Inglaterra, Francia y Alemania, por una parte, y, por otra, los Estados Unidos, todos ellos en competencia por establecer sus áreas de comercio mundial" (p. 359).

Martí estaba al tanto de tales aspiraciones. "Aprovechando las contradicciones entre las ambiciones de Inglaterra y las de los Estados Unidos, y el hecho de que la Argentina, situada entonces en la órbita de influencia británica, era hostil a los propósitos hegemónicos norteamericanos, Martí puede combatir abiertamente dicho cónclave en las páginas del diario bonaerense La Nación" (Fernández Retamar, 2005, pp. 17-18). En esta segunda independencia, esta vez, frente a las intenciones expansionistas de Estados Unidos:

Jamás hubo en América, de la independencia acá, asunto que requiera más sensatez, ni obligue a más vigilancia, ni pida examen más claro y minucioso, que el convite que los Estados Unidos potentes, repletos de productos invendibles, y determinados a extender sus dominios en América, hacen a las naciones americanas de menos poder, ligadas por el comercio libre y útil con los pueblos europeos, para ajustar una liga contra Europa, y cerrar tratos con el resto del mundo. de la tiranía de España supo salvarse la América española; y ahora, después de ver con ojos judiciales los antecedentes, causas y factores del convite, urge decir, porque es la verdad, que ha llegado para la América española la hora de declarar su segunda independencia. (OC, VI, p. 46)

Para Martí, se trataba del

...planteamiento desembozado de la era del predominio de los Estados Unidos sobre los pueblos de la América.

Y es lícito afirmar esto, a pesar de la aparente mansedumbre de la convocatoria, porque a ésta, que versa sobre las relaciones de los Estados Unidos con los demás pueblos americanos, no se la puede ver como desligada de las relaciones, y tentativas, y atentados confesos, de los Estados Unidos en la América, en los instantes mismos de la reunión de sus pueblos sino que por lo que son estas relaciones presentes se ha de entender cómo serán, y para qué, las venideras; y luego de inducir la naturaleza y objeto de las amistades proyectadas, habrá de estudiarse a cuál de las dos Américas convienen, y si son absolutamente necesarias para su paz y vida común, o si estarán mejor como amigas naturales sobre bases libres, que como coro sujeto a un pueblo de intereses distintos, composición híbrida y problemas pavorosos, resuelto a entrar, antes de tener arreglada su casa, en desafío arrogante, y acaso pueril, con el mundo. Y cuando se determine si los pueblos que han sabido fundarse por sí, y mejor mientras más lejos, deben abdicar su soberanía en favor del que con más obligación de ayudarles no les ayudó jamás, o si conviene poner clara, y donde el universo la vea, la determinación de vivir en la salud de la verdad, sin alianzas innecesarias con un pueblo agresivo de otra composición y fin, antes de que la demanda de alianza forzosa se encone y haga caso de vanidad y punto de honra nacional,--lo que habrá de estudiarse serán los elementos del congreso, en sí y en lo que de afuera influye él, para augurar si son más las probabilidades de que se reconozcan, siquiera sea para recomendación, los títulos de patrocinio y prominencia en el continente, de un pueblo que comienza a mirar como privilegio suyo la libertad, que es aspiración universal y perenne del hombre, y a invocarla para privar a los pueblos de ella--, o de que en esta primera tentativa de dominio, declarada en el exceso impropio de sus pretensiones, y en los trabajos coetáneos de expansión territorial e influencia desmedida, sean más, si no todos, como debieran ser los pueblos que, con la entereza de la razón y la seguridad en que están aún, den noticia decisiva de su renuncia a tomar señor, que los que por un miedo a que sólo habrá causa cuando hayan empezado a ceder y reconocido la supremacía, se postren, en vez de esquivarlo con habilidad, al paso del Juggernaut desdeñoso, que adelanta en triunfo entre turiferarios alquilones de la tierra invasora aplastando cabezas de siervos." (OC, VI, pp. 53-54; véase al respecto, más ampliamente: OC, VI, pp. 46-63).

El gran impulsor de la Primera Conferencia había sido el Secretario de Estado Blaine. Para Wilgus (1922), "la idea de una unión para promover la paz parece haber sido secundaria en su mente [la de Blaine], aunque... el deseaba asegurar primero la tranquilidad hispanoamericana para obtener su comercio" (p. 667). También afirma Wilgus que Blaine "deseaba incrementar nuestro comercio [el de Estados Unidos] con Hispanoamérica a expensas de las naciones europeas" (p. 667), y "creía que si el comercio de los Estados Unidos con Hispanoamérica no se incrementaba pronto, Europa lo obtendría en su totalidad" (p. 669).

Pero, a diferencia de Europa--y especialmente de Inglaterra--, Estados Unidos no reunía las condiciones de socio comercial fuerte, principalmente debido a que carecía de una banca que financiara proyectos de infraestructura y desarrollo en América Latina. Schoff, en 1911, se quejaba de esta situación:

De más importancia es la razón, frecuentemente aducida, de que no existen bancos estadounidenses, lo cual en gran medida es la raíz de la cuestión. Pues mientras en asuntos de mero intercambio, es enteramente posible, bajo las condiciones actuales, financiar cualquier transacción de comercio internacional con nuestras repúblicas hermanas, la ausencia de bancos estadounidenses supone la ausencia de estadounidenses interesados en efectuar préstamos e inversiones, en crear las condiciones de próspero desarrollo que, a su vez, cree un mercado para mercancías foráneas y conduzca al beneficiario a buscar, de manera natural, asesoramiento y comercio con su benefactor. Este es el punto más débil en muestras presentes relaciones con América Latina. Nuestra posición es egoísta. Ofrecemos un excedente de existencias de bienes que no siempre sugiere un interés en relaciones continuas, y no brindamos asistencia que pueda ser comparada con la que ofrecen nuestros competidores. La inversión de capital en desarrollo legítimo es la vía más segura de ligar estas repúblicas a nosotros en relaciones amistosas y comercio mutuo (pp. 62-63). El diagnóstico de Schoff era realmente acertado--aunque insuficiente--y ya había sido planteado con...

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